frases célebres

lunes, 5 de abril de 2010

El horror vive en casa


El corazón comienza a palpitar a una velocidad incontrolada, la angustia hace su aparición en lo más hondo de su ser, pequeños temblores, los ojos exploran rápidamente todas las coordenadas de visibilidad, la piel rezuma un sudor frío y desagradable, el miedo se apodera de él. El niño se tapa los oídos, se los tapa con fuerza, pero los gritos y el crujir de los puñetazos y los golpes resuenan no en sus oídos, sino en su alma encogida y doliente. Corre a un lugar seguro, un lugar donde pueda eliminar de su inevitable presente la situación por la que está pasando mamá. No quiere estar allí, la última vez su padre le abofeteó tan fuerte que sangró por el oído. Tiene miedo por mamá, pero también teme por él. Aquel hombre que dice ser su padre está loco. Primero acaricia a mamá y la obliga a chuparle el pene, al darse cuenta que lo hace con asco y miedo, la golpea con todas sus fuerzas hasta tirarla al suelo. Aprovecha que está en el suelo para patearla y proferirla toda clase de insultos. La coge por lo pelos y la levanta del suelo. El niño se acerca para pedirle a su padre que no le haga daño a mamá, y sin escuchar tan siquiera al niño, lo coge por los pelos y gritándole le echa la culpa de todo. Le da un revés y lo lanza también al suelo. No entiende nada. Casi ni siquiera siente dolor, el miedo es mucho más fuerte que todo eso.

La niña siente la presencia del padre e inconscientemente cierra las piernas. Tiene once años y ya no cree ni en la navidad ni en los reyes magos. Su madre está trabajando y su padre se ha quedado en casa porque dice que está enfermo. En realidad lo está, pero no de la forma que cree su madre. Lucía ya salió del colegio y se encuentra en su habitación haciendo los deberes. El padre entra en su habitación y se acerca a su hija. La niña comienza a sollozar desconsoladamente. El padre le acaricia la cabeza e intenta calmarla diciéndole que luego saldrán y le comprará un regalo para ella y otro para mamá. Lucía, aunque sabe qué significa ese soborno, intenta calmarse y ahogar el llanto que la embarga. El padre se desabrocha los pantalones y dejando fuera el pene, le indica a Lucía que lo acaricie. Que lo acaricie como otras veces lo ha echo. Pero Lucía no quiere. El padre la coge de la barbilla y le pregunta que si desea mejor que en vez de un regalo, mamá cuando venga reciba una paliza. La niña, enjugándose unas lágrimas que la martiriza como si de un mal hipo se tratara, coge el pene del padre y comienza a acariciarlo. Al mismo tiempo el padre va desvistiendo a la niña poco a poco. Lucía no puede dejar de sollozar, pero eso ahora no le importa al padre. La niña obedece porque sabe que sus amenazas son ciertas. Sabe que le dará una paliza a la madre y también a ella si no hace lo que le ordena, o comenta algo de lo que ocurre en la soledad de aquella casa familiar. Ahora los dos desnudos, el padre penetra a su hija, la penetra sistemáticamente ahogando con sus propios jadeos; los llantos de una inocente que hace tiempo dejó de serlo. Aquel padre de familia acaba de cometer, por enésima vez, el mayor de los delitos que se puedan cometer; la aniquilación del alma de un niño.

Estas dos historias son absolutamente reales. Ocurren a diario y en el seno de las familias que más nos sorprenderían. Existen asesinos anónimos que nunca pagan por sus delitos, y que saludamos fraternalmente a cada paso que damos. Existen violadores de niños a los que dejamos que nos arreglen el coche, que nos vendan los cupones de la once o que nos hagan las transacciones en los bancos. Existen asesinos sistemáticos y en serie al que le pagamos por construirnos la casa, o al que abrazamos por ser nuestro hermano. Y esto ocurre porque todavía hoy no se atreven a denunciar al asesino. Porque todavía hoy, creen que violaron por casualidad o por error. Porque todavía hoy, señalamos a la víctima y no al agresor. Esto ocurre porque todavía hoy, se le sigue perdonando la vida y se le sigue besando el culo. Por miedo, por vergüenza, para olvidar o por no entiendo yo qué cosa. Aquella persona que nos golpeó, nos violó, nos humilló, nos anuló como persona; sigue teniendo pinta de señor, porque nosotros no queremos abandonar la pinta de esclavo, de víctima, de borrego, de aquel que no quiere saber nada porque quiere hacer como la que nada le ha ocurrido.

El lobo siempre será un lobo, mientras existan borregos que realcen la figura de su depredador.

1 comentario:

Angel dijo...

Felicitaciones por el magnífico uso del lenguaje en este artículo. He leido otros artículos tuyos y los capítulos del libro que has comenzado en el blog, y aún a falta de depurar algunos pequeños errores gramaticales o de contexto están bien escritos. Enhorabuena. Sólo una sugerencia, aunque no creas en él, o precismente por eso mismo, Dios se escribe con mayuscula.